1 oct 2010

Yo nunca volví

Tengo muchos recuerdos de pequeño, pero no olvidaré jamás el olor amaderado de mi primer violín. Mi papá me lo regaló y me dijo que algún día tocaría como Paganini, así es; el virtuoso Paganini. Puede inferirse en esa aseveración que mi papá me amaba y se sentía muy orgulloso de su único hijo.

No fue si no hasta los 21 años que dí mi primer recital en un pequeño auditorio de mi escuela de música y desde ese momento supe que tocar era mi mejor forma de probar mi existencia en el subjetivo mundo real. Siempre fui muy tímido y malo para hablar con las personas.

Recuerdo haber tocado infinidad de piezas a lo largo de mi corta carrera de músico, todas tenían algo que encontraba hermoso. Todas y cada una llegaban a tocar mi alma de alguna forma pero ninguna como el Canon de Pachelbel. Rememoro muy bien haber recogido dicha partitura que cayó del atril de mi profesor que iba saliendo del aula junto a mis compañeros de clase y con mucha curiosidad la observé detalladamente. Noté de inmediato algo distinto en su estructura fina y elegantemente diseñada que no termina; más bien vuelve a empezar justo cuando está por extinguirse el movimiento anterior. Justo como la vida que se va y de la nada aparece la muerte redentora a terminar lo que ésta mezquinamente dejó inconcluso y en el último suspiro de la muerte, la vida renace más ardiente y vivaz que nunca.

Al empezar a tocarla no pude pensar en otra cosa más que en la sublimidad de las sensaciones que me causaba, no sabía si mis manos interpretaban o acariciaban mi propia alma, algo dentro de mi me hacía sentir que podía morir en ese mismo instante y entendí entonces que si hay un ser supremo, entonces debería estar justo ahí; en ese divino trance en el que el humano toca el dedo de Dios y ese lazo se vuelve indestructible e impenetrable.

Eres tú mismo en el silencio de los ruidos, eres el músico, escritor, poeta, artista, deportista, arquitecto, reportero, periodista, matemático, contador, economista, el humano que siempre soñaste ser, tu sueño más idealizado pero ahora materializado, cuando llegas a ese trance de concentración y pasión por tu profesión todo se vuelve tangible e interminable, como el infinito dentro de la finitud de la unidad, como el placer de lo carnal y celestial en una explosión interminable de plenitud pasional, llegas al mismo cielo y te sientes tan bien, tan amado, tan libre del incesante dolor que causa el mundo real, que podrías no volver nunca...


Diego Alejandro Peralta Luna

No hay comentarios.: