11 ene 2011

Visiones de una luz intermitente (4)

Como lo prometido es deuda, me complace publicar la última parte de mi pequeña historia. De una vez les advierto que esta parte no es apta para cardíacos jeje. Agradeceré infinitamente a las personas que tanto me animaban a terminarla. Y una vez más, a mi novia por todos sus ánimos para animarme a escribir todas las ideas que pasan por mi cabeza. Gracias y espero que la disfruten.



Parte 4 Inmortalidad: Viaje estelar


No todo en el amor como Pablo sabía, tenía que ser hermoso como en las películas. Hay varias circunstancias mucho más complejas cuando uno ama de verdad y es que un sentimiento tan profundo y abstracto como el amor no se puede definir en unas cuantas palabras...

-Pablo, ¿aún me amas?- Preguntó súbitamente Ariadna después de tener una discusión, llevaban un año de matrimonio.

-Sí, por supuesto que sí, amor.- Él la amaba con todo su ser, a pesar de las diferencias que había entre ellos.

-Te siento muy distante. Quizá solo sea mi imaginación... - Ariadna sentía el amor con enorme fuerza, tanto como Pablo. Los dos habían nacido para amar.

-Me duele que me digas eso, creo que últimamente he estado muy distraído y te ofrezco una sincera disculpa.- Él realmente sentía sus palabras.

-Sólo necesito que me mires a los ojos y me digas que me amas y que me dejarás morir entre tus brazos.

Estas palabras lo inquietaron un poco; sin embargo, entendió lo que ella sentía, entre los dos no había ninguna barrera desde hacía mucho tiempo. Pablo nunca imaginó que ella moriría entre sus brazos, no obstante, Ariadna había tenido un destello de su propio futuro sin darse cuenta, había percibido un pequeño susurro, el tiempo va y viene como el viento, de vez en cuando susurra en nuestro oído, otras veces pasa desapercibido. Mirandola a los ojos y después de un breve silencio, le dijo:

-Te amo Ariadna, y aunque los dos tengamos que morir algún día, estaré junto a ti para cuidarte y amarte hasta el último suspiro. Hasta el último destello de tu luz infinita.

Ariadna se soltó a llorar, juntos lloraron por mucho tiempo. Se abrazaron con mucha fuerza, sin duda fue uno de esos abrazos indescriptibles que no tienen fin. Él la consoló con besos y caricias. Juntos se recostaron en la cama y lloraron hasta que un profundo sueño los venció. Revivieron unas horas después que parecían haber sido décadas, el tiempo ya no era perceptible para ninguna de las dos almas.

Cuando Ariadna abrió los ojos, sintió la calidez de Pablo. Él seguía con los ojos cerrados y muy lentamente los fue abriendo. Ella besó sus parpados con un dejo de nostalgia, ternura y romance. Lo primero que vió él al despertar, fue la mirada deslumbrante de aquél ser de luz, sonrió como cuando era niño y le regalaron su primer muñeco de acción que tanta felicidad le dio en su infancia, y la besó. Se quedaron mirándose a los ojos y por fin pudieron sonreír. No había más que decir ni que pensar, ellos se amaban y se necesitaban, el dolor de sus respectivas vidas se desvanecía a medida que aprendían y practicaban nuevas formas de amarse como la que estaban a punto de practicar.

Pablo no resistió la enorme fuerza en su interior que lo impulso a besarla con pasión, quería demostrarle cuanto la amaba, cuanto la deseaba. Ella reaccionó a dicho beso con caricias de amor, se fundieron en abrazos apasionantes, y la ropa empezó a estorbarles. Había un calor que desbordaba de sus corazones, un fuego inextinguible que recorría la piel de aquellos amantes. Él se deshizo de la blusa para poder besar lo que había detrás del sensual brassiere de su princesa, necesitaba acariciar esos senos inauditos, así como desbaratarse de gusto al saborearlos y sentirlos con sus manos. Poco a poco, el contacto de dichas caricias que nacían de las manos de Pablo, la quemaron por dentro y al poco tiempo comenzó a temblar lentamente. Él se deleitó en los jardines de la creación pasando su lengua por los pezones de su doncella de piel blanca inmaculada.

Lentamente rodeaba con la punta de su lengua aquellos pezones rosados delicadamente diseñados por el más virtuoso artista, aquellos senos eran poesía, eran arte. Como pudo, absorto en su tremendo sentir, desabotonó el pantalón de Ariadna y ella de la misma forma, le quitó con una fuerza impetuosa el cinturón para luego desabotonar su pantalón al tiempo que él se deshizo de su propia camisa blanca. Cuando todos los botones de la camisa se rindieron, ella la desprendió con pasión del cuerpo de él. Posteriormente, se abalanzó sobre ella y fue bajando por el cuerpo celestial de dicho ser de luz, recorriendo con besos cada centímetro de su delicada piel. Súbitamente, con sus dientes bajó el sierre del pantalón de Ariadna. Ella sentía que debía ser liberada cuanto antes de toda su ropa al igual que él, por eso, él desapareció los pantalones de ella para descubrir sus piernas blancas que lo enloquecían y sintió estremecerse, le dolía tener el pantalón, algo en él crecía y lo lastimaba. Ella lo entendió perfectamente y lo ayudó a deshacerse de dicha prenda. Así quedaron aquellos amantes guerreros a la mitad de la batalla solo cubiertos por sus prendas más intimas.

No se precipitaron, a pesar del intenso calor, Pablo sólo se dedicó a besarle el cuello y se recostó sobre ella. Ella abrió delicadamente sus piernas mientras acariciaba fuertemente la espalda de él. Ya no podían contenerse los suspiros entrecortados, pequeños gritos ahogados de sus almas luchaban por liberarse, su corazones se iban fundiendo de calor. Él comenzó a mover su cadera como un baile apasionante y desenfrenado, sintió su corazón estallar. Ella sintió a Pablo como lo sintió en su primera vez junto a él, sintió su miembro palpitante y lleno de vigor. Los dos bailaban entre gemidos y caricias. De repente, no pudieron soportar más y él bajó sus manos para deshacerse por fin, de esa prenda tan excitante que a veces por las noches no lo dejaba dormir. Sintió ese aroma de mujer que no se puede describir con palabras, quería perderse en él y fue por eso que acercó su boca a lo más íntimo de Ariadna, besó su mojada prenda y se perdió en esa fragante esencia. Ella no podía articular palabra alguna, pero de haber podido, le hubiera gritado que siguiera cuanto antes.

Las manos de él no pudieron resistir y fueron directo al borde de esa prenda de sensual textura que lo hacía fantasear tanto y sutilmente la fue deslizando hacia abajo. Ella, con sus mejillas ruborizadas sintió las caricias de su delicada y suave prenda deslizarse sobre sus tersos muslos, se estremeció. Al fin, la tenía delante de él sin nada que cubriera su cuerpo ni su alma. Era suya para lo que él quisiera y él mismo, era de ella también, se pertenecían. Los corazones palpitaban con tremenda fuerza y ella, ya sin nada que la frenara, le quitó la última prenda a él. Los dos se encontraban por fin libres para amarse sin ninguna limitación. Los dos sentían la piel de su amante quemando la suya, sintieron el corazón arder de pasión, calor, sudor, pequeños gritos de liberación y placer, mucho placer.

Luego, cuando Pablo estaba más cerca de lo que podía estar de Ariadna, por fin entro en ella, lo necesitaba tanto como ella, dejó escapar suspiros de ganas y sentimientos voladores, y ella lo recibió con todo el amor y placer que pudo sentir, fue un dolor que necesitaban, por un momento los dos fueron masoquistas suplicando por ese dolor de libertad. Los dos bailaron juntos la melodía del amor que se baila con las caderas. Él iba y venía, ella se contagió de la mecánica de los movimientos de él y por inercia, siguió su instinto de mujer y muy pronto complementaba los movimientos pélvicos de su amante, sintió un temblor incesante que recorría todo su cuerpo, espasmos que la hacían vibrar, temblaban sus piernas, sus manos, sólo quería sentir a Pablo y él no podía pensar en más que en el placer que le causaba poseer el cuerpo de su ninfa, de entrar y salir de esa cavidad cálida y húmeda que tanto anhelaba, que tanto le excitaba, que tanto placer le hacía sentir.

Ya no suspiraban, sólo jadeaban al compás de su eterno baile, él apenas alcanzaba a gritar el nombre de su amada, y ella respondía con mucho esfuerzo el nombre de él. Los movimientos fueron ganando más y más fuerza, el sudor caía sobre aquellos cuerpos que los poetas hubieran buscado en el paraíso, aquellos cuerpos debieron ser Adán y Eva en el jardín del edén gozando y liberándose en cada gemido. Querían amarse sin importar nada más, ella rasguñaba la espalda de Pablo, y él fue directo a sus caderas, la tomaba por detrás, le encantaba apretar con fuerza esas redondas e incomparables curvas que se encontraban debajo de la espalda de ella, quería hacerla suya, quería comérsela, necesitaba poseerla de todas las formas posibles.

Cada parte de ella temblaba, cada parte de él también. Se besaban en la boca al ritmo de ese baile salvaje y pasional, se besaban el cuello, gemían en los odios del otro, el sudor brotaba de sus cuerpos desnudos, los líquidos fluían de sus miembros palpitantes y los dos sabían que no soportarían más tanto placer carnal. No les importaba morir en esos instantes, para eso habían venido a este mundo, para amarse y sentirse.

La inmortalidad era justo ese instante, Pablo ya no podía articular palabra alguna, sentía demasiado, sentía más placer que nunca, la batalla estaba a punto de terminar. Su miembro palpitaba y necesitaba liberarse, sintió que llegaba el momento. Ella gritaba y se encontraba fuera de sí, abrazaba con sus piernas la cadera de él, pero ya no tenía el control de sí misma, ni tampoco él controlaba su cuerpo. Los dos se encontraban poseídos de amor y de locura, enfermos de amor, dementes por el pecado original, esclavos de su propia pasión los dos estaban a punto de estallar.

Grito tras grito hacía más dura la larga y placentera agonía, pero alcanzaron el límite que los llevó a las estrellas. De la boca de él salió un grito de hombría y de gloria, sintió emanar de su miembro una enorme cantidad de liquido junto con fuertes espasmos que llenaron súbitamente la calidez de ella, el momento fue sublime, fuera de este mundo. Ella al sentir que Pablo se le entregaba completamente, dejó de ser Ariadna, abandonó el mundo y sólo pudo sentir su propio cuerpo lleno de calor, se sintió completa y por fin se soltó al placer del infinito instante de amor. Sintió todo el ardor en su delicado pétalo y luego de las fuertes y gigantescas contracciones, estalló al tiempo que él daba sus últimas embestidas. Gritó y tembló como nunca junto a él, se deshizo por completo en los brazos de Pablo y él también terminó rendido a los brazos de su ángel celestial. La batalla del amor se había consumado y en la cama yacían los cuerpos de los sobrevivientes amorosos.




Cuando él pudo recuperar la cordura, pensó que no importaba que algún día ella tuviera que partir, pues él estaría para cuidarla y entre sus brazos, despedirse de ella. Estaría con ella hasta el final, justo como el baile sublime del amor que acababan de experimentar. La luz que él conoció, en el mismo instante que miró a Ariadna a los ojos por primera vez, era la luz que ahora sentía más intensamente que nunca, y si por momentos parecía apagarse, siempre regresaba y estallaba con más fuerza que nunca.

Así fue la vida con Ariadna, así fue su criatura de luz, así fue la vida de Pablo, así fue el amor para él, indescriptible, salvaje e interminable. Así fue como los dos a través del tiempo aprendieron a amarse sin limitaciones, y ni en el momento en que Ariadna murió en los brazos de Pablo, él dejo de amarla, ni en el momento en el que Pablo a edad avanzada apagó los ojos por última vez dejó de amarla. Y aunque las visiones de luz intermitente del amor entre Pablo y Ariadna se extinguieron; el amor entre ellos demostraría ser eterno, indestructible e incandescente cual estrella fugaz en el universo infinito de los sentimientos.


(Fin)

10 ene 2011

Visiones de una luz intermitente (3)

Saludos a todos, el día de hoy publico la penúltima parte de mi pequeña historia, espero les agrade, y pues muchas gracias en verdad por leerme. Agradecimientos especiales a Jhennifer Ceballos Crespo, mi novia y musa inspiradora. Mañana mismo publicaré la última parte al fin. Muchas gracias por su apoyo.



Parte 3 Consumación

Era curioso que en ese instante Ariadna le entregara toda su alma y amor apasionado en una sonrisa profunda; ella tuvo que partir a pesar de las lágrimas de Pablo, y solo hasta ese pequeño instante, del tipo de instante que marcan nuestras vidas, él pudo dejarla ir sin sentirse sólo, pues sabía que la mujer de edad avanzada que estaba entre sus brazos a punto de partir, lo había acompañado y amado profundamente durante toda su vida.

Él jamás se sintió sólo desde el momento que la conoció en la Universidad. Desde aquél instante, ella entró en su mundo y sacudió de forma desafiante la tristeza de su pasado. Ella movió cada célula y glándula de su humanidad.

Recordó el momento en que la invitó a salir por primera vez muy pocos días después de haberla conocido. Él era reservado aunque por alguna razón se sentía muy cómodo tratando con mujeres, pues sabía que entendía mucho más sobre ellas que otros hombres de su edad. Ella aceptó sin discusión la invitación de Pablo pues le parecía un chico muy interesante y alegre. Para ese entonces, él la quería más que ella a él, y de alguna forma lo sabía, por eso trataba de ir a un ritmo lento en su proceso de seducción si es que se le puede llamar así, pues en realidad, ella lo seducía mágicamente mirándolo a los ojos y no en las palabras que compartían; si no en los silencios, esos que marcan fundamentalmente las melodías más soberbias de los más grandes genios musicales. Pensó para sí mismo: “la clave del amor está en el silencio, como en la música”.

Recordó alguna ves haber leído algo sobre las notas del universo imperceptibles para el oído humano. Súbitamente, pensó en llamarle a ese sonido “El sonido del amor”. Desde luego para él, no había otro sonido más perfecto que el del amor y después de unos minutos de cavilaciones, llegó a la conclusión de que los enamorados ven y escuchan más allá que la gente que no ama, los amantes van hacia las nubes, tan lejos que sobrepasan los límites de la Tierra y llegan al universo infinito, donde pocos han llegado y sólo los que aman, son capaces de escuchar esas notas inalcanzables para el oído humano; “esa música, es la música del amor y se encuentra en el silencio”, concluyo para sí mismo.

El silencio es como la misteriosa oscuridad de la luz del amor, una luz que en Ariadna resplandecía de sobremanera y cuando esa luz parecía apagarse por un instante, en realidad, era más intensa. Esos silencios eran los momentos donde se sentía más cerca de ella, cuando ves a través de las barreras de una persona y no hacen faltan ni los ojos ni los sentidos para percibir ese amor profundo, sólo hace falta la inteligencia del corazón.

Naturalmente, ella se sentía increíblemente bien mientras platicaba con él. Se sentía comprendida y completa, aprendiendo en cada palabra de Pablo y ese sentimiento en ella, era muy bien correspondido por él. En realidad, los dos aprendían juntos todo lo que hay que aprender sobre la vida y el romance.

Tomando café y platicando en esa primera cita juntos, no sintieron pasar las horas. Entre risas y miradas cómplices, compartieron esos hermosos momentos para los cuales se vive. Luego, caminaron mucho tiempo sin sentir cansancio, pues la fuerza que emana del alma es la más fuerte y poderosa que existe. Aquellas dos almas tenían la fuerza suficiente como para aprender a amarse...


(Continuará...)